miércoles, 4 de enero de 2012

El primer día de clases

La Secretaría de Educación Pública reporta (http://bit.ly/x0Ia0I) que para la primera semana de Enero de 2012, cerca de 27 millones 600 mil estudiantes de educación básica en las más de 234 mil 300 escuelas públicas y privadas, así como un millón 240 mil maestros regresan a clases.
A estos últimos (los maestros) me gustaría dirigirme, y más en específico, a los primerizos, a los que se aproxima su primer día frente a grupo. Difícilmente el primer día estará exento de inseguridades, de miedos por no sentirse capaz de algo que se ha estudiado por largo tiempo, pero hoy, no será el enfrentamiento con el libro (objeto), sino con el alumno (sujeto).
El miedo del primer día y de otros días se asume, pues el profesor, por muy diestro y experto no deja de sentir esa palpitación rápida pocos minutos antes de entrar a clases, a todas las clases. Tampoco se deja de sudar (un poco) la mano que antes con la tiza se secaba rápido, pero ahora con el plumón, es un poco más complejo el asunto. Asumir el miedo es no huir de él, es analizar su razón de ser, asumir es no esconderlo sino mostrarlo para confrontarlo.
No estoy hablando de fingir una falsa seguridad, asumir el miedo del primer día de clase es mostrarlo a los alumnos, lo anterior es una prueba de humanidad, de humildad y de historicidad; es decir, el maestro se muestra ante los otros como un ser que sienten y que están dispuestos humildemente a aprender de los otros para ser marcados históricamente. De lo contrario, la arrogancia y la falsa seguridad serán miembros permanentes del curso del profesor miedoso que no afronta con humildad sus miedos.
El derecho al miedo no puede ser negado a los maestros, tampoco el derecho a superar sus temores.
En realidad, el hecho de asumir el miedo del primer día de clases es el comienzo del proceso para transformarlo en valentía.