sábado, 7 de mayo de 2011

La nueva significación del conocimiento

Zygmunt Bauman (2009) describe a la sociedad occidental de hoy como una sociedad de consumidores, la cual actúa irreflexiblemente, es decir, sin pensar en los trasfondos de sus vidas y en los medios más adecuados para alcanzarlos, sin reflexionar qué es lo relevante para ese propósito de aquello que es efímero. En este sentido, la sociedad occidental, refiere a un conjunto específico de condiciones de existencia bajo las cuales son muy altas las probabilidades de que la mayoría de los hombres y mujeres adopten al consumismo antes que cualquier otra cultura, así como las de que casi siempre hagan todo lo posible para obedecer sus preceptos. Por ejemplo, en 2004, el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) en su informe La Democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos[1]. Revela que el 45% de los latinoamericanos apoyaría un gobierno autoritario, si este resolviera los problemas económicos de su país, y un 42% en pagar el precio de cierto grado de corrupción con tal de que las cosas funcionen. El director del proyecto, Dante Caputo, concluye que la “democracia electoral no es un fin en sí, sino que la gente elige para ver realizados sus derechos políticos, civiles y sociales, y ese es el desafío pendiente de América Latina”[2]. La irreflexión del autoritarismo como forma de vida, entrega la forma de vida consumista en occidente, y más precisamente en México, pues a pesar de que el neoliberalismo como política rectora ha incrementado las carteras de unos cuantos y empobrecido la de muchos más, es hoy por hoy, la forma de vida. En otras palabras:

“la sociedad de consumidores implica un tipo de sociedad que promueve, alienta o refuerza la elección de un estilo y una estrategia de vida consumista, y que desaprueba toda opción cultural alternativa; una sociedad en la cual amoldarse a los preceptos de la cultura del consumo y ceñirse estrictamente a ellos es, a todos los efectos prácticos, la única elección unánimemente aprobada: una opción viable y por lo tanto plausible, y un requisito de pertenencia.” (Bauman, Z. 2009, p. 78).

En el mundo occidental del capitalismo rápido, la solidez de las cosas y los conceptos, como también es el caso de los vínculos humanos, se cataloga como una amenaza ante la libertad de movimiento y de elección. Por ejemplo, en el viejo capitalismo, conseguir un puesto de trabajo, la permanencia en el mismo trabajo era una virtud, hoy, el capitalismo rápido nos dice que:

“En la Empresa en la que trabajo –dice James Medoff, un profesor de economía de Harvard-, hubo una época en la que hablaron de que <>. Ahora, en cambio, dicen con una gran sonrisa: <>” (En Gee, Hull y Lankshear. 2002, p. 64).

La perspectiva de cargar con una responsabilidad de por vida se denigra como algo repulsivo y decadente.

La capacidad de vida eterna y así servir por los siglos de los siglos ya no es el valor añadido de un producto. Se contempla que las cosas, así como los vínculos humanos sirvan sólo durante un lapso determinado, y luego se deseche o en el mejor de los casos se actualice la aplicación vía Internet. El consumismo de hoy no se cimenta por la acumulación de las cosas, sino por la breve alegría que pueda proporcionar y hasta nuevo aviso, será el juguete predilecto del consumidor. Es el mismo caso el del conocimiento, pues los conocimientos listos para el uso momentáneo e inmediato como los programas de software o las páginas informativas en la World Wide Web que hoy están disponibles y mañana tal vez no.

“Hoy el conocimiento es una mercancía; al menos se ha fundido en el molde de la mercancía y se incita a seguir formándose en concordancia con el modelo de la mercancía.” (Bauman. Z, 2007, p. 3). Y es que hoy, el conocimiento juega un papel preponderante en el desarrollo económico de las naciones, de las empresas y de los individuos. Un arma biológica, una patente farmacéutica, una actualización programática o una idea pionera, puede ser el éxito hegemónico o multimillonario, como fue el caso de Sergey Brin y Larry Page co-fundadores de Google. El conocimiento nunca antes fue tan valorado como hoy en el capitalismo rápido, pero también, nunca antes fue tan sobajado a la irracionalidad efímera de las necesidades consumistas y mercantiles. El conocimiento dejó de servir al público, y se privatizó para el uso y consumo de la gran sociedad cada vez más interdependiente. O al menos, eso nos han dicho las minorías.