Una de las mujeres más influyentes por su pensamiento durante el Siglo XX fue Hanna Arendt (1906-1975), ella sostenía que sus tiempos (que no distan mucho de los nuestros) eran tiempos de obscuridad. Argumentaba que si la función del ámbito público era la de arrojar luz a los asuntos de los hombres y mujeres proporcionándoles una especie de protección en el que pueden mostrar en hechos y palabras, para bien o para mal, quiénes son y asimismo, qué pueden hacer; entonces, los tiempos de obscuridad llegan en el momento en el que la luz se extingue víctima de una brecha de credibilidad y de un gobierno invisible, de un discurso que carece de sustentos y más bien oculta verdades debajo de la alfombra; bajo el mantenimiento del status quo se degrada toda posibilidad de verdad en trivialidades sin sentido.
Y es que el ámbito público ha perdido poco a poco pero sostenidamente, la credibilidad y la iluminación que formaba parte de su naturaleza genética. En occidente, desde el declive de la antigua Grecia democrática, se ha elegido bajo no sé qué noción de democracia por la emancipación de la política como una de las libertades primeras y básicas, un número significativo de personas desde entonces ha optado por hacer uso de esas libertades y se ha aparta de sus obligaciones. Lo que se pierde poco a poco pero sostenidamente es el compromiso específico y, habitualmente, los vínculos sociales y el amor al prójimo.
En este sentido, debemos avisar una cuestión, y es el peligro contra la democracia, y es que los individuos desde su individualidad y sujetos solamente a sus intereses han sido incapaces de traducir sus sufrimientos privados en acciones colectivas que hagan cohesión social y así, participación democrática. Estos sucesos individuales se entremezclan con las necesidades generadas por las empresas multinacionales que condicionan de manera creciente los contenidos de los medios de comunicación y con ello, privatizan los espacios públicos, el compromiso cívico parece ser plato de segunda mesa. La democracia ha sido pauperizada, se ha sumergido en un acto de comprar y vender (hasta candidatos telenoveleros electorales).
La ignorancia provoca la parálisis de la voluntad. Los individuos desconocen lo que les espera y no tienen modo alguno de calcular los riesgos. La ignorancia política se perpetúa a sí misma y, junto con la pereza e inactividad ciudadana se entreteje el velo que ciega la democracia, la vida en democracia.
Abrir y asimismo mantener espacios de educación democrática en la escuela, en las familias, entre amigos; serán tal vez antorchas de luz en tiempos de obscuridad.
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